martes, diciembre 18, 2007

Ruidos en la calle.


Tarareaba un triste blues.
No pedía monedas. No lloraba por comida.
Se dejaba llevar por la música que salía de un lejano bar.
Su alimento eran las notas, los silencios.
Nunca se sintió incómodo con su ceguera. La perdida de la visión le regalo la capacidad de oír de otra manera el mundo, de darle su atención completa a las pequeñas variaciones.
Hasta que murió un frío día.
Nadie fue al velorio. Pero al morir dicen que uno de los músicos del bar le regalo su trompeta que aún hoy descansa en la base de su tumba. Nunca nadie se atrevió a sacarla. El código del blues aún se podía oler en el barrio.